2/4
- Arely Navarro
- 29 jul 2019
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 4 ene
Tenía mucho tiempo sin vómito verbal. Llegué a los 23 subiendo una montaña y vi uno de los atardeceres que más guardo en la memoria. Decidí regresar por otro camino y encontré una playa vacía, tranquila y de arena negra. Si cierro los ojos siento el viento salado y el sudor en la espalda. De la foto no tengo más que decir que me siento nuevamente frente ese abismo que me asusta pero no puedo dejar de mirar. A los 23 decidí cambiar de enfoque. Más de mí, de los que me rodean y estar más allá de presente. También me di cuenta que regresar a los patrones es fácil. Y que muchas veces vas pensando "solo quiero ver qué pasa" antes de cambiar de ruta. Y luego terminas en un rincón escondido que vas a recordar siempre. Aunque eventualmente debas volver al camino. Que los planes son para un rato y el resto del tiempo se trata de tomar lo que la vida te pone en el camino. Probar y si no te gusta, girar a la derecha. Que la vida es bien cabrona y te pone en la cara a lo que siempre le hacías fuchi. Y te das cuenta que nunca te había latido tan rápido el corazón. Que lo que menos esperas hasta te marea. Que unos segundos sí hacen la diferencia y que si algo te da miedo, te pellizcas la pierna y hablas. Porque quien no habla, no lo escuchan. Que certezas, ninguna y que a veces lo que necesitas solo es ver qué puede pasar.
